21 febrero 2006

 

Perfecta Imperfección

Amor y discapacidad, sexo y discapacidad... ¿De verdad es necesario hablar de esto? ¿Quién cree de veras que estas asociaciones de términos merecen que alguien escriba sobre ellas? La mayor discriminación contra el colectivo de personas con alguna discapacidad se comete cuando se verbalizan afirmaciones tan ridículas y capciosas como: "Los discapacitados también tienen sexualidad" o "Ellos también pueden disfrutar del sexo". Nos ha jodido. ¿Acaso a alguien se le ha ocurrido pensar lo contrario?

Hablar de asuntos tan obvios a mí se me antoja, por tanto, innecesario, cansino, terriblemente aburrido. No me interesa en absoluto atender a quienes, desde la ignorancia, la piedad o el tabú, se plantean si yo, como tío en silla de ruedas, soy capaz de mantener una relación sexual completa, satisfactoria, repleta de matices. Francamente, prefiero a la gente que directamente está dispuesta a comprobar mis artes amatorias. ¡Ja! Es broma, pero debe de ser que no soy el prototipo de discapacitado con problemas para las relaciones sociales. Porque yo soy un auténtico ligón. Que lo sepáis.

Si me preguntan eso tan desactualizado de "¿En tu casa o en la mía?", suelo responder: "En la mía, porque seguro que en la tuya hay escaleras". Y aquí terminan las diferencias reseñables. Para todos, con discapacidad o sin ella, el amor es complicado y tormentoso: doloroso y desconcertante a ratos y tremendamente gratificante y luminoso en otros momentos. Pues vaya novedad, ¿no? Por el contrario, creo que el sexo es sencillo, incluso simple. Pobres de aquellas y aquellos obsesionados con el músculo fibrado, las tetas esbeltas, los torsos depilados, los culos duros, las pollas gigantes y los coitos de diseño. Qué pereza. Que disfruten follando entre ellos. Y a mí que me dejen en paz.

Porque yo prefiero hablar de los orgasmos que proceden del reino de la perfecta imperfección, sin normas, medidas, poses ni rancias convenciones estéticas. Me quedo para siempre en el riquísimo territorio de la excitante piel, del precioso michelín, de los cuerpos anárquicos o incompletos, de los complejos que desaparecen cuando te contemplan los ojos adecuados, de las posturas nuevas e improvisadas, de las mil y una formas distintas de sensibilidad, de las miradas que atraviesan y las sonrisas cómplices… Me refiero al paraíso de los cerebros que de repente se vuelven gemelos, y conectan mágica e irracionalmente, y se retroalimentan, y después, faltaría más, fornican como conejos. Y en tan extasiante tesitura, ¿a quién diablos le parece que una discapacidad puede importar o cortar el rollo?

A la mierda la idea de que existe un sexo minusválido, menos válido. Exterminad tabúes, prejuicios y estúpidos mitos. Por suerte, hay todo un mundo más allá de las pelis de Nacho Vidal y de las anticuadas páginas del "Kamasutra". Pero lo dicho: que a mí este tema tan obvio me aburre. ¿Hablamos de otra cosa?

Roberto Pérez Toledo
[gracias -una vez más- a Roberto por este texto]

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