28 marzo 2006

 

La pierna de Espinosa sale del armario.


Crítica teatral a la nueva obra del guionista de la película de Mercero "4ª Planta"

Albert Espinosa se parece a Mihura, pero la cojera de Mihura era un chiste (de Mihura) al lado de la suya. Hasta el mismísimo doctor House, que blande su cojera como un arma arrojadiza, es un aprendiz al lado de Espinosa. ¿Por qué estoy hablando de algo tan embarazoso como (¿cómo se dice? ¿una "deficiencia física"? No parece que lo sea), bueno, como eso, tratándose de un dramaturgo? Está tan feo como mencionar la enanez de Ruiz Iriarte o el chepismo de Ruiz de Alarcón, ¿no? Pues no, la verdad. Porque la pierna amputada de Espinosa ha salido, gozosamente, del armario en Idaho y Utah, su nueva obra, recién estrenada en el Tantarantana (hasta el 8 de abril). De alguna manera, es su centro. Su, digamos, punto de apoyo. Su bastón de mariscal. Nunca una ausencia estuvo tan presente. Ni chupó tanto plano: como un magnético agujero negro. Yo sabía, muchos sabíamos, que Espinosa había tenido cáncer cuando era un chaval: lo contó en Los pelones. Con un par. Una bola de humor y otra de valentía. De resultas de aquel cáncer le amputaron la pierna. Desde entonces tiene tres piernas, y no es un chiste guarro. Tiene la que le quedó, la que le pusieron (flexible, acero iridiado, color carne, etcétera) y la que enterró. Eso lo contaremos, lo contará, luego. No conocía yo los "daños colaterales" de aquel cáncer infantil. Ahora sí, desde luego. Porque a los diez minutos de comenzada la función, Espinosa se saca su pierna postiza (o asumidísima, mejor dicho) para rascarse tranquilamente el muñón. Gran pasmo en la audiencia. Gran golpe teatral. ¡Menudo truco de magia! ¿Hemos visto lo que hemos visto? Claro que sí. Lo ha hecho, como si tal cosa. La pierna ausente/presente de Espinosa debería figurar en el reparto de Idaho y Utah. Espinosa se la saca, juega con ella, se la vuelve a poner, la utiliza como bate de béisbol, como garrote, como lo que haga falta. Gran personaje, esa pierna, y gran lección. Idaho y Utah va de dos chavales, amiguísimos, hermanos del alma, que han compartido piso durante tres años. Se llaman así porque se conocieron en un ascensor y cada uno llevaba una gorra con esos membretes. Espinosa es Utah. Andreu Rifé es Idaho. Idaho ha decidido dejar de dormir, justo al revés que River Phoenix en My Own Private Idaho. Estamos en un mundo futuro (o sea, pasado mañana) donde han inventado una droga, la cetamina, que anula el sueño, con lo cual uno puede trabajar dieciocho horas seguidas. Idaho ha decidido tomar esa droga "para vivir más", y Utah le monta una fiesta de despedida. De despedida del sueño, quiero decir. En el terrado de su casa, a finales de verano. Un Pajama Party, como en la película de Annette Funicello. A la fiesta acude California (Álex Casteleiro), casi una criatura de Pere Calders: un amigo de infancia de Idaho que ahora trabaja como "contador de sueños", para compensar el daño, el hueco de la cetamina. Trata de abrirle los ojos: "Es un plan diabólico. Si no duermes trabajas el triple y consumes el doble". La escena en la que les "insufla" un sueño de infancia, emotivo y terrible, es uno de los momentos más conmovedores de la función. Llega luego Massachusetts (Rebeca Comerma), la primera chica con la que Idaho tuvo sueños eróticos. Incumplidos, claro. Y Canadá (Ángel Roldán), un chaval del cole al que Idaho le fastidió la adolescencia al ponerle un apodo brutal, que dejó sin dormir a ambos muchas noches. El Pajama Party tiene de todo (guerras de bostezos, brazos podridos y padres de pesadilla, pérdidas y anhelos, sorpresas constantes) pero al lado de la fiesta de Espinosa se queda un poco coja, para decirlo a su manera.

La fiesta de Utah/Espinosa es la gran fiesta, la que realmente uno quisiera ver. Una fiesta ausente, sólo contada, pero a la que la pierna de quita y pon le confiere una realidad brutal. Utah/Espinosa le dio una fiesta de despedida a su pierna, antes de la amputación. Invitó a gente que "tuvo que ver con ella". El portero al que le metió ocho goles. El tipo cuyo perro le mordió el tobillo, etcétera. Bailó con una enfermera. Bailaron Espérame en el cielo. Y al día siguiente se negó a donar su pierna a la ciencia. "Que se jodieran. La enterré. Enterré mi pierna. Por eso siempre digo que tengo un pie en la tumba". Las obras de Espinosa pueden ser más o menos redondas, sus argumentos me interesarán más o menos, pero eso me da igual. Lo importante de su teatro es un tono, una actitud. La pierna postiza es como él, su pura esencia, su emblema: un arma. Un arma desarmante. ¿Seguimos con los chistes a su estilo? El teatro de Espinosa tiene un gran juego de piernas. Hay mucha gente con dos patas incapaz de dar un paso. O un salto. Y Espinosa pega unas zancadas que ni Forrest Gump. Hace teatro con dos duros. Con un grupo de amigos, sus compañeros de la Escuela de Ingeniería Química, actores "no profesionales", es decir, que no viven de eso. Una banda. Pueden pasarse el tiempo que haga falta preparando un espectáculo. Espinosa escribe teatro, cine, televisión. Actúa. No para, sigue adelante, corre que te corre. Idaho no duerme, pero Utah/Espinosa no para de soñar. Soñar activamente, como proponía Breton. El CDN le estrenará la próxima temporada otra comedia, El cromo número 11. Y en otoño, por cierto, debutará como director de cine: otro de sus sueños es contar con Matt Damon, porque El increíble Will Hunting le cambió la vida. Cualquier modernete se hubiera dejado cortar una pierna antes que declarar algo así. Viene a ser lo mismo que declararse fan de Machín. Pero a Espinosa le importan un pimiento los imperativos de la seudomodernidad. En ese negociado, la negatividad autocomplaciente suele tener muchísima mejor prensa que la comprensión y la ternura, entreverados de humor negro, ácido, desconcertante, para darle picante al guiso. Espinosa dice lo que piensa y lo que siente, saca cualquier sentimiento del armario del mismo modo que saca su pierna. Sabe que está vivo de milagro, y que la vida es un milagro muy corto. Qué bien me cae este tipo. Su vida, su teatro, su apuesta, su humor y su coraje. No hay otro como él.

Marcos Ordoñez; BABELIA (EL PAIS); sábado 25 de marzo de 2006

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